¿Qué mejor forma de empezar la jornada, después de una buena noche de sueño, que irnos hasta el extremo geográfico del país? El cabo San Vicente, kilómetro cero de Portugal, luce así de espléndido (¡y ventoso!):
Por allí cerca había una tienda de cerámica con una fachada que actúa como reclamo turístico y foco influencer (#colorinchis #NoGastoUnDuro):
La fortaleza de Lagos parece de juguete; nos cuesta creer que aquello fuera realmente efectivo para defenderse de los ataques corsarios del siglo XVI... Pero el paseo por la Praia dos Estudentes fue agradable:
Pero para bonito y pintoresco, el paseo que va desde Carvoeiro hasta Algar Seco. Un algar es una cueva pero, en este caso, al estar en un acantilado, se mantiene seca casi todo el tiempo, salvo temporal en el mar, que no era el caso de hoy: ¡Mirad qué estilazo posando!
La Cueva de Benagil actualmente tiene muy limitado su acceso: sólo puedes disfrutarla durante 8 minutos exactos, y eso llegando en kayak... Quizá desde abajo la perspectiva llame la atención, pero desde arriba es sólo un agujero grande ;)
Finalmente, y aunque mi amigo gepesín intentó hacernos cruzar una urbanización privada, conseguimos llegar a la Praia da Estanquinha para, desde allí, obtener la mejor panorámica del arco de piedra de Praia de Albandeira:
Regresamos a Faro para cenar, por fin, la famosa cataplana algarvía, que resultó ser una riquísima caldereta de pescado y marisco. ¿Podemos repetir?
Aún nos queda un día por estas latitudes y en la próxima entrada os demostraremos que lo supimos aprovechar muy bien.
¡Ah! Y mañana, ¡feliz día-que-nosotros-no-celebramos!