sábado, 4 de octubre de 2014

El origen de la literatura

Estamos en Ishchali, Sumeria. El zigurat de Isthar, diosa del amor y de la guerra, de la vida y la muerte, domina el paisaje.


Una joven, de aspecto noble, se acerca por un lateral del templo. Se trata de Enheduanna, hija de Sargón, que quiere presentarse ante la diosa con una ofrenda y una petición.


El zigurat está fuertemente custodiado, puesto que sólo dos personas en toda la ciudad pueden acceder al recinto superior, que actúa de Observatorio Astronómico y guarda grandes secretos.


Pero Enheduanna sube decidida las escaleras y en el primer nivel del templo es recibida por Gudea, el patesi encargado de dirigir este poderoso centro religioso y económico. 



Gudea recoge la ofrenda en nombre de la divinidad y promete  a Enheduanna exponer su extraña petición a Isthar. Enheduanna se muestra agradecida. 


Pero entonces, un terrible rugido de Anu, el fiero y leal compañero de Isthar, anuncia que algo excepcional está a punto de ocurrir:


¡Es la mismísima Isthar quien se acerca a conocer a Enheduanna! Ha visto la pureza de su corazón y la honestidad de su proyecto: la creación de un centro cultural en la cercana ciudad de Uruk, bajo su fértil protección. Isthar la bendice y le nombra Suma Sacerdotisa del que llegará a convertirse en la primera gran biblioteca de la antigüedad y que será conocido como Distrito Eanna.  


Feliz por el honor que se le ha concedido, Enheduanna desciende de nuevo las escaleras. Sonríe pensativa, pues tiene mucho trabajo por delante, al tiempo que empieza a componer los primeros versos del Descenso a los Infiernos, un glorioso himno sobre una de las hazañas de Isthar... 


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