Esperando poder quitarnos el mal sabor de boca que nos había dejado el tristemente célebre Parque de la Paz de Hiroshima, fuimos a una izakaya a comer unos riquísimos caldos y luego nos subimos al ferry que nos llevaría a la cercana isla de Miyajima.
Esta isla es famosa por el impresionante torii que recibe a los visitantes en su playa. Cuando la marea está baja, puedes caminar bajo él; cuando está alta, el reflejo de la silueta roja sobre el agua es increíble. ¡Qué fotos!
Tras recorrer (al revés) todo el paseo de pasarelas sobre el agua que conforman el santuario, y sacarle una foto a los devotos kekos que estaban recogiendo las ofrendas del día (barriles de sake), regresamos a nuestro ryokan, pues teníamos reservada otra cena tradicional. Entre otras cosas, me atreví con el tako sashimi (o sea, pulpo crudo. ¡Pulpo! ¡Yo!). No fue tan espectacular como la de Hakone pero si rica y contundente.
Después, un paseo nocturno ataviados con nuestros yukatas...
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