¡Hola! Hoy, a punto de terminar oficialmente un intenso curso, me acerqué a Madrid, una ciudad que tiene sus cosas buenas y sus "peculiaridades"... Hoy me tocó un día de los "raros".
Para empezar, pretendía comprar unas cuantas telas japonesas para hacerme un kimonito al estilo de mi amiga Klimiko. Tras informarme adecuadamente, llego, en perfecto horario comercial, a la tienda en cuestión pero ¡está cerrada! Ah, no, que la dueña está dentro. Me ve. No hace nada. Pico en la puerta. Me mira. Se lo piensa. Se levanta. Se acerca (despacio) y abre la puerta. "Es que cierro con llave para que no entre gente", dice. Ah, claro. Pura lógica comercial: ningún empresario que se precie quiere que los potenciales clientes entren a gastar dinero en su negocio... Suspiro. Pido ver las telas, me interesa comprar varios metros. No puede ser, sólo venden retales de 50 cms. "Es que son telas caras y la gente no compra piezas de mayor tamaño", me explica. ¿Cómo? ¿Los madrileños tacañeando? Pero si por aquí todos presumen de vivir en la Castellana y comprar hasta el pan en el Barrio de Salamanca... Vuelvo a suspirar, doy las gracias y me voy.
Me acerco al Museo Reina Socklía, donde me estaba esperando un guía muy especial: ¡el mismísimo Pablock Picasso!
Me acerco a la taquilla y pido una entrada con mi tarjeta de "teacher". El taquillero, que me había saludado muy amablemente, ahora me pone mala cara. No consigo descubrir qué es lo que le molesta: que puedo entrar gratis a los museos o que tengo 3 meses de vacaciones... Recojo mi entrada y pongo la mejor de mis sonrisas para dedicarle un "Ventajas de haber estudiado. Que tenga un buen día".
Una vez dentro, Picasso me hizo un completo recorrido por la exposición permanente (cosa harto difícil, dado el caos y la falta de lógica en la organización de este museo). En "su" sala había una reconstrucción PER-FEC-TA del Pabellón de España para la Expo de 1937, cuya pieza estrella fue el Guernica. Pero no pude hacer ninguna foto. En la sala más importante del museo prohíben hacer fotos. Claro, pensaréis, para luego comprar pósters, maquetas y libros en la tienda del museo. No, os responderé yo, porque no los hay. Lo que si hay son peluches, tazas y cuadernos para colorear. Repito: la lógica comercial en Madrid va al revés.
Lo que sí pude conseguir, después de mucho rebuscar, es un auténtico sello homenaje, pintado por Ckloan Miró, en el centenario del nacimiento de Picasso. Una pieza realmente interesante y que hace que mi excursión haya, finalmente, merecido la pena. El sello ya luce, orgulloso en mi vitrina, junto al de Alatriste.
De nuevo en Chamartín, un amable camarero me dibujo un helecho en mi café con leche. Así, más animada, me subí al tren para continuar la lectura de "Churchill and Malta's war".
¿Cuáles son vuestras mejores anécdotas de Madrid?
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